Sabater nos empieza contando la primera vez que comprendió que se tenía que morir, cuando tenía 10 años, a las once de la noche se levantó sobresaltado y se dio cuenta de que iba a morir. Todos iban a morir, pero las muertes de los demás no serían nada comparadas con su muerte. La reflexión que hace acerca de este hecho es que el darte cuenta que vas a morir es una propia parte de la muerte. A partir de esta consciencia de que iba a morir empezó a pensar, a pensar personal no alquilad.
Dos años antes a este momento ya había visto su primer cadáver en una iglesia, lo primero que pensó fue que ese hombre estaba en el cielo, pero por el contrario no es lo mismo ser un espíritu por bueno que sea que vivir en un mundo físico.
Por un lado la conciencia de la muerte nos hace madurar ya que crecemos cuando la idea de la muerte crece dentro de nosotros. Por otro lado la incertidumbre de la muerte nos humaniza ya que nos convierte en verdaderos humanos, mortales.
La muerte es personal e intransferible, nadie puede morir por nosotros, como no podemos retrasar ni cambiar la muerte de una persona por la de otra, la muerte es a la vez lo más individualizador e igualitario: en ese momento nadie es más ni menos que nadie.